Este domingo se han cumplido 40
años de la legalización del Partido Comunista de España. Quizás habría que
analizar esa “anécdota” para entender, en parte, la progresiva “erosión”, tanto
activista como electoral, de la que fue la principal trinchera de la lucha
antifranquista.
Pese a que pueda verse la
legalización del PCE como una gran azaña, al final, y pensándolo mucho, creo
que fue la escenificación de lo ocurrido en la
Transición. Es decir, el régimen franquista se reinventaba, no cambiaba
las estructuras de poder y restauraba la monarquía d que el pueblo había “abolido”
décadas antes. Y en todo esto, y para legitimarlo, necesitaban un pacto entre
las partes, un pacto que se realizaba de forma desigual, pues la oligarquía
franquista iba a caballo y los comunistas no tenían ni lanza, y lógicamente eso
se notó y cristalizó en aquel momento en que Carrillo aceptó bandera, monarquía
y hubiera aceptado todo lo que le hubieran puesto por delante…
No quiero decir que la Transición
no se tuviera que hacer, probablemente era la única forma de avanzar algo, pero
desde luego que un PCE de perfil bajo y a la defensiva no era lo que se
necesitaba.
Aun así, el PCE ha dado grandes
intelectuales, ha generado grandes debates, a pesar de la rigidez de su
estructura interna y, no cabe duda, que durante años, en los años de la
ofensiva neoliberal, ha sido, por coherencia, por ejemplo, por historia, el principal núcleo de resistencia. Quizás por
ello, durante una parte de mi vida lo tuve como principal referencia, a pesar
de que no me gustara la estructura organizativa y su estrategia discursiva,
porque aunque creo en la “lucha de clases” también pienso que esa retórica es
más propia del siglo pasado. Que le vamos a hacer, soy de los que opinan que la
izquierda o es populista o no tiene posibilidad de salir de la “marginalidad”. Pero
bueno, lo cierto es que no pienso igual que hace 10 años, ni siquiera que hace
2.
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