martes, 10 de noviembre de 2015

El nacionalismo, un problema electoral para la izquierda

Lo reconozco, tengo miedo a que el debate sobre Cataluña monopolice la campaña electoral, o lo que es lo mismo, que actúe como cortina de humo ante el drama social y el expolio de los recursos públicos por parte de “la casta”, “la jauría”, “la oligarquía”…. (¿qué más da como los llamemos? Lo importante es que los identifiquemos, de ahí uno de los grandes aciertos de PODEMOS).

Siempre he pensado que el nacionalismo es un ideal romántico que magnifica unos símbolos que de no ser por su manipulación no tendrían ese valor que las sociedades les otorgan (fijémonos si no en el día de la Hispanidad y las interpretaciones que se le dan a un lado y a otro del charco). Un ideal capaz de superponerse al discurso social con suma facilidad, con el peligro que ello conlleva, pues aleja el foco mediático de las desigualdades socioeconómicas, y que, desgraciadamente, impregna fácilmente sobre las clases populares.

Además su discurso es relativamente sencillo, solo tiene que buscar un enemigo exterior, y cuando ese enemigo está dentro de un mismo espacio es fácil la confrontación pues como se decía en las películas “este sitio es muy pequeño para los dos”.

He pensado durante un tiempo que el PP esta vez no se atrevería a utilizar el discurso del españolismo frente al catalanismo, pues “no está el horno para bollos”, pero creo que sería estimar demasiado al PP, y dado que les va a ser muy difícil elaborar un discurso sobre recuperación económica (máxime cuando desde organismos internacionales les están desmintiendo constantemente), creo que van a pensar más en resultados electorales que en lo que ellos llaman “sentido de estado”.

Mi miedo viene porque con un discurso centrado en el nacionalismo, el discurso social va a pasar a un segundo plano, y la izquierda estatal lo va a tener más complicado, pues el federalismo no es algo fácil de explicar.


La única esperanza que me queda, es que en esta sociedad que ha surgido después del 15M donde está claro que hay una mayor politización, haya un mayor porcentaje de ciudadanos que miren más allá de la cortina de humo, el problema es si ese porcentaje es más o menos amplio. 

lunes, 2 de noviembre de 2015

¿Cultura al servicio de quién?

Todas las ciudades que he visitado, tienen dos cosas en común: su desigualdad social y las ingentes cantidades de dinero para taparlo en vez de intentar paliarlo. O lo que es lo mismo, ser espacios supeditados a un mismo interés, el económico. Consumismo, empresas multinacionales, grandes constructoras… son términos cuyo significado han  encontrado su sentido en la construcción de los entes urbanos en las últimas décadas.

Habría mucho que decir sobre cómo se han construido este tipo de ciudades (que prácticamente todas responden a una lógica global, el proceso de mundialización también tienen aquí su sentido), más que nada porque a partir de ese análisis se pueden construir las posibles soluciones para un modelo de ciudad diferente. Pero no quiero hoy centrarme en eso, sino en una percepción sobre la utilización de los espectáculos culturales para tapar las miserias.

Es curioso, porque siempre hemos tenido la imagen de la cultura como algo contestatario pero en cambio han conseguido utilizarla para un fin totalmente diferente. Son muchos los espacios urbanos de los centros de las ciudades que han visto totalmente cambiada su estructura social en base a un interés puramente económico. Muchos de estos tenían su propia identidad, pero se ha conseguido desplazar a la población que ahí vivía para sustituirla por otra más acorde con lo que se quería vender (permitiendo introducir en estas desde oficinas, hasta tiendas de marcas que antes ni se hubieran planteado estar ahí…). Es lógico, ya que si observamos vemos como los centros urbanos se han convertido en los lugares donde se concentran la mayor parte de las actividades culturales, y así la gente no ve la incómoda realidad de las personas que viven en barrios del extrarradio (barrios que serán fruto de intervenciones parecidas cuando sean fagocitados por las ciudades).

Hemos llegado al sinsentido de que aquellos artistas que en sus letras evocan otra realidad mejor, han sido captados para “la causa”, los puedes escuchar agradablemente en muchas ciudades (y no digo que no me guste) mientras te gastas 10, 15 o 20 euros en una terraza, los establecimientos hacen negocio y los gobernantes se felicitan por el buen resultado de cara a la ciudadanía y al exterior, vendiendo marca y saltando a competir con otras ciudades.

No digo que no haya que hacerlo, que hay que hacerlo. Pero no puede valer todo a la hora de crear una marca que identifique una ciudad. No puede ser que se organicen festivales de música que condicionen el resto de cultura a lo largo del año, no puede ser que se organicen campeonatos que supongan un enriquecimiento a grandes constructoras mientras merman las arcas,  que se construyan edificios que nada tienen que ver con el urbanismo de la zona o que directamente sean un derroche económico (ejemplo todo el margen derecho del Pisuerga a su paso por Valladolid), pero por supuesto no se pueden hacer actos culturales que sirvan para tapar las miserias.

Las ciudades deberían caminar a una serie de oferta cultural que integre a todo el mundo. Menos moqueta y más calle también aquí. Descentralizar toda la oferta y por supuesto saber cuales son las prioridades, la miseria no se tapa, la miseria se combate.