Uno de los grandes fenómenos de
los últimos años es el ascenso de la ultraderecha en diferentes países, y
España, a pesar de que siempre se dijo que nuestra historia particular y la
explosión del 15M era una barrera frente a esto, no es una excepción.
De momento parece que su
crecimiento está muy vinculado al hundimiento de uno de los partidos que más
han agitado la bandera de la recentralización del estado. La geografía del voto
no engaña y, por lo general, su fuerza electoral procede de espacios de rentas
altas y vinculados a la derecha, frente a lo que puede pasar en otros países
dónde ha conseguido apoderarse de espacios tradicionalmente adjudicados a la
izquierda, que es, personalmente, una de las grandes inquietudes, por no decir
temores, que tengo.
Todavía no parece que VOX tenga
un discurso, y desde luego no una estética, para conquistar gente que se haya
sentido identificada con partidos como el PSOE. No obstante, en un país dónde
aceptamos que directrices de organismos internacionales poco democráticos
afecten de forma negativa al bienestar de las clases populares es, cuanto menos,
peligroso que no haya una izquierda que hable claramente de la defensa de la soberanía
y deje este concepto sin padrino cuando hay un partido de ultraderecha ansioso de penetrar en esas capas sociales.
Hay que tener en cuenta el blanqueamiento constante de los medios de comunicación a la extrema derecha,
no sólo desde los programas de debate, sino desde programas de entretenimiento
que se cuelan en todos los lugares y que sí consiguen ofrecer un discurso atractivo podrían ser imparables. En esto también, posiblemente, y sin despreciar la sociología franquista que impregna muchas estructuras del estado, tenga que ver el hecho
de haber creado una sociedad individualista, por no decir egoísta, dónde apenas
conoces a tú vecino de escalera. También desde la propia izquierda tenemos
parte de culpa en esto, y es que a veces hemos tratado determinadas
reivindicaciones de una forma transversal y desligando de ellas el componente
de clase. Por poner algunos ejemplos: cuando desde una perspectiva netamente
ecologista se habla de cerrar minas o térmicas sin importar los puestos de
trabajo o el impacto el vaciamiento del territorio o cuando se habla de la
lucha feminista sin poner el énfasis que son precisamente las mujeres de las
capas más bajas de la sociedad las que sufren mayor desigualdad poniendo al
mismo nivel al ama de llaves y a la dueña de la finca.
No podemos olvidar tampoco esa cultura urbana que nos vende prácticamente que el fracaso de una persona no es un fracaso colectivo o cómo hasta el propio urbanismo de las ciudades introduce elementos de segregación. Es decir, toda una serie de
acciones, y de sociología, que ha impregnado también a la izquierda, que ha
servido para crear una sociedad carente de empatía dónde se hace mucho más
fácil que se introduzca un discurso homófobo, racista y machista, importando mucho más lo que ocurre en Cataluña a lo que le ocurre al vecino de escalera.