Para mí la palabra que mejor define a
la sociedad actual es “diversidad”. Una realidad que ha llegado a
base de que muchas reivindicaciones y colectivos se hayan hecho hueco
a base de mucha calle y muchas “tortas”. Negar que el mundo es
multiracial, que hay multitud de identidades culturales y nacionales,
incluso entre las fronteras de un mismo estado, o que la gente puede
tener preferencias sexuales diferentes, es negar la fotografía de un
mundo que, con sus avances y retrocesos, avanza. Pero, sin embargo,
lo cierto es que se niega...
Reconozco que a veces este concepto
choca con mi propia forma de pensar. No es agradable reconocerlo
puesto que creo que aceptar la diversidad es un paso fundamental para
avanzar en favor de la igualdad, que al final es el principal
objetivo de la izquierda, pero a la vez pone de relieve la existencia
de un marco reivindicativo más complejo que la tradicional lucha de
clases, pero que debe ser aceptado porque en sentido estricto todas
las desigualdades del mundo (ya sean sociales, raciales, sexuales, de
género...) tienen una misma raíz. Aunque esto genera tener que
introducir cambios discursivos, de acción en las calles, de
interpretación de las políticas (es decir, con enfoques que tengan
en cuenta esa diversidad) y con una fuerte pedagogía.
Aún así, no es la izquierda la que
debe preocupar, porque con sus/nuestras contradicciones, torpezas ,
falta de análisis o pedagogía, ha habido grandes avances que nos
indican que no vamos tan errados en el camino. Pero sí que deben
preocupar las posiciones reaccionarias crecidas a la sombra del
fracaso y la frustración de la vieja política. Me refiero a esos
movimientos que se piensan que las sociedades son todas homgéneas,
que imponen una bandera bajo la que mucha gente no se siente
representada, que ponen en duda el hecho de que a día de hoy no hay
una igualdad real entre hombres y mujeres, que ven irracional todo
aquello que no sea una relación entre un hombre y una mujer o que
prefieren que haya gente que muera huyendo de los horrores de su país
antes que prestar ayuda. Esos movimientos son peligrosos, son
enemigos de la solidaridad y la igualdad que deben marcar un proyecto
de sociedad futura y, desde mi punto de vista, hay que combatirlos.
Curisosamente, hoy, en Brasil, ha ganado las elecciones un enemigo de esa diversidad. Me entristece y me asusta...