martes, 11 de abril de 2017

La Aconfesionalidad en España


Se me ha atragantado el pollo con arroz de la comida de hoy al escuchar en las noticias que la Xunta de Galicia va a pagar a curas para que ofrezcan sus servicios en hospitales públicos. Debe ser que, como estamos en Semana Santa, a los gobernantes se les sube el catolicismo a la cabeza y se olvidan de que vivimos en un Estado aconfesional, por lo menos en la teoría. 

Pero la realidad es que no somos aconfesionales, y no lo somos desde el momento en el que el estado promociona, y garantiza, un status superior a la Iglesia católica sobre cualquier otra creencia, o no creencia, e institución, cuando lo que se debería hacer es garantizar la accesibilidad al culto de cualquiera, respetando las costumbres siempre que no impliquen la imposición o la ventaja sobre otro. Yo creo en eso, frente a los que creen en la unión del estado con una creencia y los que creen en la “eliminación” de todo lo que tenga que ver con la religión, que puede que fuera lo más “justo”, pero que desde luego no está acorde con la realidad, dónde nuestra sociedad está estrechamente ligada a una tradición judeo-cristiana, y tenemos importantes huellas de ello, y dónde avanzamos, cada vez más hacia un Mundo multicultural, dónde no vale tanto la integración como la interacción, convivencia, y la aceptación de costumbres. Dicho de otra forma, me parece muy bien que alguien en su cuello lleve colgado un crucifijo mientras no me lo quiera poner a mí, o que alguien lleve velo mientras no me lo quiera poner a mí, o hacer que desde las administraciones públicas se promocione el significado de esos símbolos.

Dicho lo cual, y volviendo a la noticia, esta me ha recordado a una anécdota del colegio, que con el tiempo me ha molestado y me ha hecho que pensar. Recuerdo que, durante un tiempo, era la única persona de mi promoción que no asistía a la asignatura de Religión, lo cual aceptaba, pero con los años me molestó el hecho de que yo tuviera que desplazarme a otra clase, es decir, que tuviera que salir de clase. Me parecía que, dentro de lo incoherente de la promoción de una creencia religiosa en la escuela pública, la acción de tener que salir del aula me pareció excesivo. Es una anécdota, no le doy más valor, peor fue cuando en una clase de educación infantil (colegio público) la profesora nos hacía rezar al empezar, allá por el año 90, en conocimiento de toda la comunidad educativa, que poco hicieron  para evitarlo, al fin y al cabo solo lo prohibía la legalidad. Y ojo, yo no soy de aquellos que quieren que la religión desaparezca de las aulas, aunque sí que creo que se debe transformar la asignatura, es decir, que se convierta en un estudio de todas las religiones dónde se muestren los impactos (tanto positivos, como negativos) que han tenido en la sociedad, porque nos guste, o no, somos hijos de esa herencia cultural y es necesario para comprender la realidad actual.


¿Qué estoy intentando decir con esto? Pues que no nos lo pongan tan difícil, que respeten un poco las formas y la diversidad de creencias. Personalmente me da igual que un grupo de encapuchados celebren paseando “la flagelación” a su mesías o que haya que santificar las fiestas de los municipios con misas, pero no creo que haga falta que los cargos públicos estén ahí o vayan detrás de la virgen, aun así esto no es algo que me moleste especialmente y creo que aquí, desde la izquierda, se puede ser flexible, porque hay que entender la realidad. Lo que si que me molesta de verdad es la promoción, el pago, o el trato de favor a la iglesia católica: la exención del IBI de las Iglesias, el adoctrinamiento en las escuelas públicas, el pago de locales (privados) para que den misas, el arreglo de iglesias con dinero público sin discutir la propiedad de uso o el pago a curas para que vayan a dar misa a instituciones públicas… De verdad, creo que no pedimos tanto. 

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