Todo el debate sobre los
incendios me ha hecho pensar en lo que hay detrás de estos. No sé
si el incendio de Doñana es provocado, como no sé si lo es el de
Portugal... Tampoco voy a opinar si esto es cosas del cambio
climático como he escuchado por ahí, vale que mis posiciones sobre
este tema sean algo diferentes a lo que marcan los cánones de la
izquierda (tampoco mucho, digamos que matizables), pero no me parece
que el hecho de que haga calor en verano sea la causa de que año
tras año surjan fuegos aquí y allá.
Para mí la causa de esto
es la mentalidad imperante en nuestro país, el modelo de desarrollo
que tuvimos (y con el que seguimos actuando) y nuestra falta de ideas
e imaginación.
Me explico, la mentalidad
que nos han inculcado es una mentalidad “economicista” dónde el
resultado de si algo es positivo o negativo se basa en la cantidad de
dinero que ha generado. Esto influye en una falta de ética brutal
pues todo vale para ello, de ahí que nos dotáramos de un modelo de
desarrollo vinculado a la construcción salvaje en cualquier lugar,
y si había reestricciones pues había que saltáreselas o
“prenderlas fuego” . Un modelo que se basaba en el crecimiento
constante de la economía no en la satisfacción de las necesidades
de los ciudadanos, lo que generaba unos impactos brutales en el
territorio de los que a día de hoy tenemos varias cicatrices a lo
largo de toda la península.
Y esto nos lleva también
a la falta de imaginación. Pues preferimos unos edificios a una
dehesa, a un pinar o a un cerro destartalado. Primero porque el hecho
de ver algo urbanizado nos da la idea de desarrollo, de evolución,
algo urbanita y consumista. Segundo porque, mientras se construyen
los edificios se palia el paro, que ya empieza a ser estructural, y
ese discurso es muy fuerte. Y Tercero, porque no alcanzamos a ver las
posibilidades de los paisajes “no urbanizados” (aunque si
humanizados), que son fuente de riqueza, pero por alguna razón
(posiblemente vinculada a nuestro despego a la cultura y tradiciones
de nuestro entorno) no alcanzamos a ver.
Es por ello, que quizás,
cuando hablamos de desarrollo rural el discurso suena algo vacío,
porque somos incapaces de pensar desde otra perspectiva que no sea el
crecimiento y el consumismo. Aunque si que parece que, en la
actualidad, la alarma demográfica ha permitido poner a la población
delante de la economía, y eso es un avance, porque ya los parámetros
no serán exclusivamente monetarios (pero veremos como se desarrolla
todo). Y es que, estos parámetros nos han llevado a la situación
actual, no es posible pensar que con ellos encima de la mesa podamos
revertirla. De hecho, a día de hoy todo aquello vinculado con el
desarrollo tiene que ver con la “urbanización” de los espacios
(aplicando los mismos parámetros urbanos, que no por ello han sido
útiles, a zonas “no urbanas”), algo que no ha funcionado, a la
vista está. Además, ese triunfo del economicisco, ha generado, a la
vez, una desvinculación con la riqueza patrimonial y la herencia
histórica debido a la homogenización de la mentalidad con lo
urbano. Pero lo cierto es, que ya hay varios ejemplos, que frente al
triunfo del “crecimiento sostenido” sobre cualquier cosa (con los
impactos ya conocidos) la recuperación de la riqueza cultural,
patrimonial o artesanal es la forma más eficaz para la
rehabilitación de espacios. Es por ello, que esos paisajes “no
urbanizados” resultado de un impacto humano vinculado a los viejos
oficios, pueden llegar a ser fuente de riqueza si conseguimos
recuperar, y adaptar a los nuevos tiempos, lo que fue útil en el
pasado. Pues cuenta con la garantía de un valor añadido de calidad
y una marca de distinción.
Yo no sé lo que pasará
en el futuro, pero visto lo visto, si que puedo augurar, que el
problema de muchos de los males que tenemos son resultado de la
“filosofía” que impera en nuestra sociedad, y que el hecho de
que el monte arda está muy vinculado a la falta de imaginación en
el medio rural.