viernes, 6 de julio de 2012

Con la austeridad de bandera


Austeridad es una premisa básica en política, todo gobierno y administración pública debe ser austera, entendiendo austeridad como la buena gestión de los recursos públicos. El problema es que esto no ha ocurrido, las administraciones públicas han sido una fuente constante de grifo de dinero a ninguna parte: infraestructuras innecesarias, sueldazos de cargos públicos, medidas de gasto populistas de nuestros gobernantes… han hecho que, unido a la mala elección del modelo productivo y la permisividad de la corrupción, estemos en una situación de crisis económica, social y política sin precedentes.

Con esto de la mano, aquellos que han permitido el despilfarro, se están erigiendo ahora como los héroes que tienen la fórmula indiscutible para sacarnos del sótano oscuro en el que ellos mismos han nos han encerrado. Para ello, profanan le principio de austeridad,  y lo transforman en una ley económica, sustituyendo la política por esta en la cúspide del sistema democrático. Así la austeridad se convierte en un elemento con el que el liberalismo adelgaza la capacidad del estado y por lo tanto la protección que este puede ofrecer a sus ciudadanos.

En este camino, el Partido Popular, partido del gobierno, está desmontando el débil estado del bienestar que habíamos construido, cada consejo de ministros es un día negro en nuestro país y los ministros parecen aislados en una burbuja que les impide ver el sufrimiento que generan en la gente, e intentan suavizar con palabras los latigazos que, con su mano, lanzan hacia la población.

El próximo, o uno de los próximos, ataque a los ciudadanos, será la “reforma” de la ley de dependencia, o lo que es lo mismo, la precarización de la ayuda a la dependencia, que  no significa, ni más ni menos, que una mayor presión sobre las familias y sobre las personas, a las que el gobierno, culpa con esta medida de sus situación física o mental. Unas personas que irán a más pues el envejecimiento de la sociedad no parece que pueda parar, unido, no solo a  un ciclo demográfico moderno, sino a la imposibilidad, por situaciones económicas, de la población fértil de tenerlos o a la huida del país de los jóvenes.

La ministra de sanidad Ana Mato, famosa por no saber de dónde sacaba el dinero su exmarido imputado en la trama gúrtel, salió a darse un baño de masas, en la Fundación FAES, presidida por José María Aznar, y hablar de cómo la reducción de gasto social será lo mejor para el estado del bienestar, es como el que dice que si entierras monedas crecerá un árbol, es decir, cuentos para incrédulos. Para empezar se unificaran los criterios autonómicos, independientemente de que crea que esto significa una menor capacidad de decisión de las comunidades autónomas, que saben mejor que el gobierno central las necesidades de los ciudadanos (también es verdad que aún mejor lo sabrán las administraciones locales), a uno se le viene a la cabeza si la ministra quiere unificar criterios “a la madrileña” o “ a la andaluza”, porque en esto de la ley de dependencia se ha demostrado que dependiendo el territorio, todavía hay clases. Además, en esta reforma, por no llamarla contrarreforma, se encarece de una forma estratosférica el gasto para la asistencia, así subirá el copago para la prestación de servicios o ayudas a domicilio o centros de día, los menores discapacitados que necesiten recibir atención dejarán de estar extentos de pagar y sus padres, que como cualquier familia española nadarán en la abundancia, deberán hacerlo, en el mismo sentido sí la pensión de los dependientes en las residencias no alcanza para pagar la plaza, la vivienda computará como aval . Pero en esta reforma, no solo son atacados los receptores de al ayuda, puestos a empobrecer ¿Por qué no hacerlo también a los trabajadores? Así la nueva reforma también prevé una importante rebaja de las ayudas económicas de las cuidadoras familiares.

A la vista de esto, parece claro, que el gobierno, como ya hicieron sus antecesores, sigue apostando por culpar de la crisis a las clases baja y media, quizás porque si miran un poco más alto su bolsillo estaría en peligro. 

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