A finales del 2017 el instituto
nacional de estadística asustó a España entera a través de los datos del
movimiento natural de población. Un susto de unos días que vino propiciado por
la publicación de datos relativos al movimiento natural de la población, es
decir, la relación entre nacimientos y defunciones, que ha alcanzado su mínimo
desde que creciera, tras tocar un mínimo en 1998, en la época de la burbuja
económica y empezara a caer con la llegada de la crisis.
Es muy curioso, como diferentes sectores
aprovecharon la noticia para abrir el delicado debate sobre las pensiones. La
ecuación para ellos es interesada, pero fácil de vender, si hay menos
nacimientos que defunciones y la esperanza de vida es mayor no habrá reposición
de activos y, por lo tanto, el sistema público de pensiones es inviable. El
problema es que según ese argumento caminamos hacia una pirámide de población
cada vez más envejecida lo cual acarreará más problemas, no solo en materia de
pensiones.
Se trata pues, el tema de las
pensiones, de un elemento más que está vinculado, entre otras, con la crisis
demográfica que atraviesa nuestro país. Un periodo caracterizado por bajas
tasas de natalidad, de inmigración, emigración de activos jóvenes, un
agudizamiento de la despoblación que ya venían sufriendo las áreas de las áreas
rurales, pérdida de activos en el mundo urbano, envejecimiento de nuestra
pirámide poblacional, así como distribución desigual de la población, con aglomeraciones
en el litoral mediterráneo y en grandes urbes y escasa densidad en toda la
España interior, fruto de elementos como el acceso a la tierra, cada vez concentrada en menos manos, y la incapacidad
de realizar políticas de ordenación del territorio que orienten y distribuyan
las inversiones evitando su concentración en las grandes ciudades arrastrando a
ella todos los recursos e impidiendo el desarrollo del empleo en los espacios
ahora más despoblados.
Es imposible pensar que vamos a
volver a las tasas del crecimiento del “baby boom”, y es que muchas de las
conquistas sociales lo impiden: incorporación de la mujer al mercado laboral,
alargamiento de la vida estudiantil, la mentalidad moderna con el tardío acceso
a la natalidad… Por ello me parece un error hablar de que la solución a la
crisis demográfica pasa por las políticas natalistas. Temas como la
conciliación de la vida laboral y familiar, las ayudas económicas a la
natalidad y a la emancipación, las políticas fiscales… son elementos que se
deben realizar pues son síntoma de sociedades desarrolladas, pero, pudiendo
favorecer la mejora de la tasa de natalidad, la realidad muestra que no se va a
volver al número de hijos por mujer de la generación del “Baby Boom”, por lo
que, será muy difícil el recambio generacional de toda esta generación que
ahora se está jubilando. Lo que si se observa es un claro interés por parte de
muchos sectores de hablar de este tipo de políticas, y es que ¿Quién no va a
estar de acuerdo? Pero no te hablan de la otra realidad, que es la de que,
aunque haya mejoría, solo con eso, no se llega.
En España, entre 1998 y 2008, la tendencia mejoró. Curiosamente esta etapa fue la
etapa con incorporación de mayores activos extranjeros. Se trataba de población
joven con tasas de fecundidad superiores a la media española. Un aporte de
activos que rejuveneció la pirámide de población de nuestro país. Se trata este
de un debate menos grato que el anterior, pero que debe ser complementario para
la falta de nacimientos en relación con la generación del “baby boom” y así garantizar
el sistema de pensiones y de prestaciones sociales. Esto ya lo tuvieron que afrontar en otros países centroeuropeos, como Alemania en la década de los 70, teniendo como resultado que la
inmigración fue positiva para mantener el desarrollo del país. Por lo tanto se trata de
experiencias ya probadas.
Estamos ante un asunto susceptible de ser sometido a
demagogia, pero que hay que afrontar con valentía. Surgirá, probablemente el
discurso xenófobo que deberá ser contrarrestado desde posiciones
progresistas sin caer en ese “buenismo” que a veces caracteriza a la izquierda.
Habrá que poner énfasis en lo positivo de la inmigración y tener en cuenta que
una mala planificación de ello puede generar malestar, como ha pasado en otros
países europeos, que se puede generar choque cultural, competencia por los
recursos de un determinado espacio, cambio en la fisionomía de los paisajes
(sobre todo urbanos), pero a día de hoy, es algo que debemos abordar.
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