No tengo intención de agitar
ninguna identidad más allá del arraigo hacia mi tierra o, por lo menos, al
entorno en el que vivo, pero pienso que los castellanos nos queremos poco.
Durante años hemos asistido a un bombardeo de homogenización cultural, que,
personalmente creo que es un intento de inculcar unos valores determinados. .
Hablo de las sevillanas, del flamenco, de las rumbas… que, respetando mucho los
gustos de cada uno, nos las han metido con calzador como un intento de
interiorizar un folklore ligado a la identidad e imagen de España que se quiere
vender.
En Tordesillas y en los pueblos
de alrededor este tipo de música y de actos están muy presentes, rara es la
fiesta de un pueblo dónde no haya una actuación con acento andaluz,
actuaciones, que, por otra parte, suelen arrastrar a mucha gente. Así tenemos
ferias de abril por todos los pueblos dando igual que sea Abril que Junio.
Este fin de semana, sin ir más
lejos, ha tenido lugar la llamada “Feria del Caballo”, y debido al hartazgo y a
la necesidad que tenía de despejarme y pasar tiempo con mis amigos acabé entre
mujeres vestidas de sevillanas y música propia de la ocasión. Madre mía, pensé…
Una vez más me sentí entre dos mundos, me volví a sentir el diferente, porque
es evidente que mi círculo social se siente atraído por este tipo de actos pero
yo no, si tengo que escuchar música tradicional me quedo con mis jotas y mis
seguidillas.
Si hecho la mirada atrás las
letras y la música castellana han estado presentes en muchos momentos de mi
vida: recuerdo cuando era pequeño y doblaba la esquina para enderezar el rumbo
a casa de mi abuelo y escuchar tocar la bandurria, a mi padre y a mi tío
comenzar a cantar jotas después de las comidas familiares y que les siguiéramos
todos, ir con mi familia a Villalar el 23 de Abril y cantar al Nuevo Mester o Candeal,
o siendo más mayor, cuando llegué a la carrera lanzarme a cantar yo mismo ya
fueran jotas o coplas con las que acabábamos riéndonos todos (aunque cierto es, que por vergüenza, solo lo hago en círculos muy cerrados)… No tengo dudas de
que el folklore castellano ha estado presente en muchos de los mejores momentos
que he vivido. Quizás por eso me duele la minusvaloración que se hace de él y
la promoción desde las instituciones, creo que de forma errónea, de otro tipo
de eventos que lo solapan.
No estoy en contra de que la
gente disfrute haciendo lo que le gusta, pero las instituciones deben proteger
nuestra cultura popular, la más próxima, porque, además, aunque no nos lo
creamos, nuestra tierra tiene cosas asombrosas: fiestas populares que unen
historia, leyenda, con música y diversión, letras que hablan de nuestras
costumbres, de la vida que llevaban nuestros antepasados, de los oficios
tradicionales que hoy echamos tanto de menos… Creo que todo eso merece ser
respetado.
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