En todo el “jaleo” mediático
surgido en torno al coronavirus a veces se olvida, posiblemente
intencionadamente, el “por qué” estamos
confinados en nuestras viviendas: para que no colapse el sistema sanitario.
Todos los gobiernos del mundo
desarrollado están teniendo que realizar medidas de contención y protocolos
para evitar una propagación muy rápida del virus. Medidas cuya “filosofía”
puede ser la acertada pero que a veces tienen una normativa imprecisa, carecen
de recursos o debían haberse realizado antes.
El problema surge cuando, esto,
que no es más que la punta del iceberg, ocupa las tertulias, artículos de opinión
e informativos de los principales medios de comunicación, obviando una realidad
que va mucho más allá y que puede llegar a explicar mejor la coyuntura actual.
No se habla de la situación de la
sanidad, una de las claves del momento, cuando según la organización mundial de
la salud deberíamos tener entre 800 y 1000 camas hospitalarias por cada 100.000 habitantes y, según los
últimos datos de Eurostat, tenemos 297. En el mismo sentido, según datos de la
OCDE, España solo tiene 5,74 profesionales de enfermería por cada mil
habitantes, mientras que Alemania o Francia rondan los 10 por mil, lo que
supone 1,5 enfermeros por doctor, cuando en la media de la UE es de 2,7.
No nos podemos olvidar tampoco de
la falta de material sanitario, de cómo en España hemos tenido que comprar recursos
en unas redes internacionales actualmente saturadas, dónde domina la
especulación. Mientras nuestros suministradores tradicionales, Alemania o
Francia, con excedentes, han prohibido la venta saltándose, una vez más, toda idea
de “solidaridad europea”. Todo esto sin ser capaces nosotros de producir fruto
de la política de “reconversión” industrial de los años 80 que nos convirtió en consumidores de los países
centrales de Europa, los que ahora nos niegan la ayuda.
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