Siempre he sido muy descreído a
la hora de votar, quizás porque he tenido ideas muy contradictorias durante gran parte
de mí, quiero pensar, joven vida, posiblemente debido a lo que llamo “ideologización
forzosa” por parte del “pecero” de mi
padre, que me inculcó desde pequeño una conciencia de clase, y a desarrollarme en un entorno social muy
conservador, del cual para nada renuncio, voté, por primera vez con ilusión,
hace 5 años, en las europeas del 2014, fruto, también, de profundas reflexiones
que tuve durante mis años cursando Geografía, y es que a mis profesores les
encantaba hacernos pensar, y entre los compañeros nos picábamos a ver quién
leía más libros marxistas.
Recuerdo, entonces, la ilusión de
votar a Pablo Iglesias, porque no voté a PODEMOS, voté al chico normal, que
vivía en Vallecas, que salía en la tele hablando de problemas de la gente de la
calle, que no sonaba a esa izquierda tradicional que mucha gente rechazaba, y
que hizo su lista electoral de forma totalmente abierta y democrática. Y
también, debo reconocer, que voté con ganas de darle una colleja a Izquierda
Unida, quien habría sido mi opción en otras circunstancias, aunque de forma
poco ilusionante.
Después de eso vinieron otras
elecciones y mi participación en movimientos municipalistas pensando que se
podía cambiar algo. Recuerdo las municipales del 2015 como un recuerdo
gratificante, como el niño que descubre un mundo nuevo, pero también recuerdo
todas las desilusiones que han venido después y la desconfianza por la
coalición “Unidos Podemos” pensando que por el camino nos dejábamos gran parte
de los logros conseguidos pero que era necesario para asaltar los cielos. Pues
bien, los cielos no se asaltaron y me da la impresión que después de no hacerlo la hoja de ruta de la izquierda era hacer lo que ha hecho siempre
pelearse entre ellos y hacer coaliciones electorales apelando a una falsa
unidad.
Cinco años después de
que empezara el terremoto electoral generado por la irrupción de PODEMOS no
reconozco aquellos proyectos con los que me ilusioné, y coincide con la caída de
la figura que nos hizo replantearnos que había otras formas de hacer política
en las instituciones rebasando a los partidos políticos, y sus limitaciones.
Ese chico normal que hablaba con la gente normal, ya no parece tan cercano, ya
no parece tan diferente al resto y desde luego, su discurso se parece mucho al
de la izquierda más tradicional, que ya fracasó. Te dás cuenta, que Pablo
Iglesias, no era él solo, era gente como Luis Alegre, Íñigo Errejón, Carolina
Bescansa o el propio Monedero, quien es el único que se mantiene a su lado.
Hoy, puedo decir, que ya no me
fío, como votante de Pablo Iglesias, ni, desgraciadamente de los partidos
políticos de los que, reconozco (no sé si con vergüenza), empecé a fiarme en
2015. Y hoy, desgraciadamente… me planteo, por primera vez, no votar… cosa que
había hecho ilusionado y no ilusionado.
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