Todas las ciudades que he
visitado, tienen dos cosas en común: su desigualdad social y las ingentes
cantidades de dinero para taparlo en vez de intentar paliarlo. O lo que es lo
mismo, ser espacios supeditados a un mismo interés, el económico. Consumismo,
empresas multinacionales, grandes constructoras… son términos cuyo significado han
encontrado su sentido en la construcción
de los entes urbanos en las últimas décadas.
Habría mucho que decir sobre cómo
se han construido este tipo de ciudades (que prácticamente todas responden a
una lógica global, el proceso de mundialización también tienen aquí su sentido),
más que nada porque a partir de ese análisis se pueden construir las posibles
soluciones para un modelo de ciudad diferente. Pero no quiero hoy centrarme en
eso, sino en una percepción sobre la utilización de los espectáculos culturales
para tapar las miserias.
Es curioso, porque siempre hemos
tenido la imagen de la cultura como algo contestatario pero en cambio han
conseguido utilizarla para un fin totalmente diferente. Son muchos los espacios
urbanos de los centros de las ciudades que han visto totalmente cambiada su
estructura social en base a un interés puramente económico. Muchos de estos
tenían su propia identidad, pero se ha conseguido desplazar a la población que
ahí vivía para sustituirla por otra más acorde con lo que se quería vender
(permitiendo introducir en estas desde oficinas, hasta tiendas de marcas que
antes ni se hubieran planteado estar ahí…). Es lógico, ya que si observamos
vemos como los centros urbanos se han convertido en los lugares donde se
concentran la mayor parte de las actividades culturales, y así la gente no ve
la incómoda realidad de las personas que viven en barrios del extrarradio
(barrios que serán fruto de intervenciones parecidas cuando sean fagocitados
por las ciudades).
Hemos llegado al sinsentido de
que aquellos artistas que en sus letras evocan otra realidad mejor, han sido
captados para “la causa”, los puedes escuchar agradablemente en muchas ciudades
(y no digo que no me guste) mientras te gastas 10, 15 o 20 euros en una
terraza, los establecimientos hacen negocio y los gobernantes se felicitan por
el buen resultado de cara a la ciudadanía y al exterior, vendiendo marca y
saltando a competir con otras ciudades.
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