domingo, 29 de abril de 2018

Deberíamos cuidar más nuestro folklore


No tengo intención de agitar ninguna identidad más allá del arraigo hacia mi tierra o, por lo menos, al entorno en el que vivo, pero pienso que los castellanos nos queremos poco. Durante años hemos asistido a un bombardeo de homogenización cultural, que, personalmente creo que es un intento de inculcar unos valores determinados. . Hablo de las sevillanas, del flamenco, de las rumbas… que, respetando mucho los gustos de cada uno, nos las han metido con calzador como un intento de interiorizar un folklore ligado a la identidad e imagen de España que se quiere vender.

En Tordesillas y en los pueblos de alrededor este tipo de música y de actos están muy presentes, rara es la fiesta de un pueblo dónde no haya una actuación con acento andaluz, actuaciones, que, por otra parte, suelen arrastrar a mucha gente. Así tenemos ferias de abril por todos los pueblos dando igual que sea Abril que Junio.

Este fin de semana, sin ir más lejos, ha tenido lugar la llamada “Feria del Caballo”, y debido al hartazgo y a la necesidad que tenía de despejarme y pasar tiempo con mis amigos acabé entre mujeres vestidas de sevillanas y música propia de la ocasión. Madre mía, pensé… Una vez más me sentí entre dos mundos, me volví a sentir el diferente, porque es evidente que mi círculo social se siente atraído por este tipo de actos pero yo no, si tengo que escuchar música tradicional me quedo con mis jotas y mis seguidillas.

Si hecho la mirada atrás las letras y la música castellana han estado presentes en muchos momentos de mi vida: recuerdo cuando era pequeño y doblaba la esquina para enderezar el rumbo a casa de mi abuelo y escuchar tocar la bandurria, a mi padre y a mi tío comenzar a cantar jotas después de las comidas familiares y que les siguiéramos todos, ir con mi familia a Villalar el 23 de Abril y cantar al Nuevo Mester o Candeal, o siendo más mayor, cuando llegué a la carrera lanzarme a cantar yo mismo ya fueran jotas o coplas con las que acabábamos riéndonos todos (aunque cierto es, que por vergüenza, solo lo hago en círculos muy cerrados)… No tengo dudas de que el folklore castellano ha estado presente en muchos de los mejores momentos que he vivido. Quizás por eso me duele la minusvaloración que se hace de él y la promoción desde las instituciones, creo que de forma errónea, de otro tipo de eventos que lo solapan.

No estoy en contra de que la gente disfrute haciendo lo que le gusta, pero las instituciones deben proteger nuestra cultura popular, la más próxima, porque, además, aunque no nos lo creamos, nuestra tierra tiene cosas asombrosas: fiestas populares que unen historia, leyenda, con música y diversión, letras que hablan de nuestras costumbres, de la vida que llevaban nuestros antepasados, de los oficios tradicionales que hoy echamos tanto de menos… Creo que todo eso merece ser respetado.

domingo, 1 de abril de 2018

¿Y si la inmigración fuera la solución al problema demográfico?


A finales del 2017 el instituto nacional de estadística asustó a España entera a través de los datos del movimiento natural de población. Un susto de unos días que vino propiciado por la publicación de datos relativos al movimiento natural de la población, es decir, la relación entre nacimientos y defunciones, que ha alcanzado su mínimo desde que creciera, tras tocar un mínimo en 1998, en la época de la burbuja económica y empezara a caer con la llegada de la crisis.

 Es muy curioso, como diferentes sectores aprovecharon la noticia para abrir el delicado debate sobre las pensiones. La ecuación para ellos es interesada, pero fácil de vender, si hay menos nacimientos que defunciones y la esperanza de vida es mayor no habrá reposición de activos y, por lo tanto, el sistema público de pensiones es inviable. El problema es que según ese argumento caminamos hacia una pirámide de población cada vez más envejecida lo cual acarreará más problemas, no solo en materia de pensiones.

Se trata pues, el tema de las pensiones, de un elemento más que está vinculado, entre otras, con la crisis demográfica que atraviesa nuestro país. Un periodo caracterizado por bajas tasas de natalidad, de inmigración, emigración de activos jóvenes, un agudizamiento de la despoblación que ya venían sufriendo las áreas de las áreas rurales, pérdida de activos en el mundo urbano, envejecimiento de nuestra pirámide poblacional, así como distribución desigual de la población, con aglomeraciones en el litoral mediterráneo y en grandes urbes y escasa densidad en toda la España interior, fruto de elementos como el acceso a la tierra, cada vez concentrada en menos manos, y la incapacidad de realizar políticas de ordenación del territorio que orienten y distribuyan las inversiones evitando su concentración en las grandes ciudades arrastrando a ella todos los recursos e impidiendo el desarrollo del empleo en los espacios ahora más despoblados.

Es imposible pensar que vamos a volver a las tasas del crecimiento del “baby boom”, y es que muchas de las conquistas sociales lo impiden: incorporación de la mujer al mercado laboral, alargamiento de la vida estudiantil, la mentalidad moderna con el tardío acceso a la natalidad… Por ello me parece un error hablar de que la solución a la crisis demográfica pasa por las políticas natalistas. Temas como la conciliación de la vida laboral y familiar, las ayudas económicas a la natalidad y a la emancipación, las políticas fiscales… son elementos que se deben realizar pues son síntoma de sociedades desarrolladas, pero, pudiendo favorecer la mejora de la tasa de natalidad, la realidad muestra que no se va a volver al número de hijos por mujer de la generación del “Baby Boom”, por lo que, será muy difícil el recambio generacional de toda esta generación que ahora se está jubilando. Lo que si se observa es un claro interés por parte de muchos sectores de hablar de este tipo de políticas, y es que ¿Quién no va a estar de acuerdo? Pero no te hablan de la otra realidad, que es la de que, aunque haya mejoría, solo con eso, no se llega.

En España,  entre 1998 y 2008, la tendencia mejoró. Curiosamente esta etapa fue la etapa con incorporación de mayores activos extranjeros. Se trataba de población joven con tasas de fecundidad superiores a la media española. Un aporte de activos que rejuveneció la pirámide de población de nuestro país. Se trata este de un debate menos grato que el anterior, pero que debe ser complementario para la falta de nacimientos en relación con la generación del “baby boom” y así garantizar el sistema de pensiones y de prestaciones sociales. Esto ya lo tuvieron que afrontar en otros países centroeuropeos, como Alemania en la década de los 70, teniendo como resultado que la inmigración fue positiva para mantener el desarrollo del país. Por lo tanto se trata de experiencias ya probadas.

Estamos ante un asunto susceptible de ser sometido a demagogia, pero que hay que afrontar con valentía. Surgirá, probablemente el discurso xenófobo que deberá ser contrarrestado desde posiciones progresistas sin caer en ese “buenismo” que a veces caracteriza a la izquierda. Habrá que poner énfasis en lo positivo de la inmigración y tener en cuenta que una mala planificación de ello puede generar malestar, como ha pasado en otros países europeos, que se puede generar choque cultural, competencia por los recursos de un determinado espacio, cambio en la fisionomía de los paisajes (sobre todo urbanos), pero a día de hoy, es algo que debemos abordar.