La alegría que, no solo en la
izquierda europea, sino en la mayoría de clases populares del Sur de Europa
supuso la victoria de Syriza estuvo fundamentada en la ilusión, en la esperanza
de que se habría un camino diferente al de la desestructuración y precarización
de la sociedad. Para la ciudadanía empobrecida de países como Italia, España o
Portugal significó un nuevo camino, incierto sí, pero con el que se podía
soñar.
Sobre esta idea, que suponía poner
en jaque lo establecido, es decir desafiar a la troika, ese conjunto de
instituciones antidemocráticas sometidas al poder financiero, han hecho caer toda la energía y ferocidad de esos organismos con los que los
bancos alemanes han convertido a la Unión Europea en el Cuarto Reich.
La historia es así de injusta. Si
una vez países europeos, como Grecia, pusieron la otra mejilla con una
Alemania en la que de la noche a la mañana todos pasaron de ser Nazis a
alemanes (ya es casualidad), tras haber comprendido los errores que llevaron al
ascenso de Hitler al poder. Hoy es, la propia locomotora de Europa, la que
vuelve a intentar someter al resto de sus vecinos. Importándola muy poco cual
es la alternativa al europeísmo, que es un antieuropeismo basado en las ideas
soviéticas del KKE o en las ideas nazis de Amenecer Dorado. Y todo ello por
aplicar una ideología, que es como el caballo de Atila, y que se basa en la
premisa de que no hay más dios que los mercados, como si estos fueran un ente
detrás del que no hay nadie.
El gobierno griego ha claudicado, sí, pese a que ha sido un gobierno valiente, ha sido derrotado. Quizás estuvo
demasiado solo ante la actitud servil de gobiernos de pueblos castigados por
las políticas alemanas, o quizás es que con el sometimiento que supone la unión monetaria no hay otro camino posible y fuera de esta hace demasiado frío. Lo
que sí que creo es que Alemania y las instituciones europeas no han querido
solucionar el problema de los griegos, han querido abolir la ilusión y la
esperanza.
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