Cuando era pequeño mis padres se
empeñaban en viajar semana sí y semana también. Así como en llevarme a
vacaciones que se me hacían eternas, pues yo siempre quería quedarme en casa
para jugar en la calle y la piscina con mis amigos del barrio, esas maravillosas
manadas compuestas por treinta niños y niñas. Aun así siempre se puede echar la
vista atrás para recordar y esbozar una sonrisa, y es que hasta en los
momentos más escabrosos siempre surgen instantes capaces de hacerte cambiar la
cara. En estos viajes, uno de esos momentos era cada vez que escuchaba una
canción algo “chorra”, llamada “mi ovejita lucera”, que se encontraba en un
casette de música que recopilaba canciones de Joaquín Sabina. Ha sido sin duda
una de las canciones de mi infancia, me divertía escucharla y a día de hoy
todavía me viene de vez en cuando a la mente.
Años más tarde, prácticamente sin
saber ni cómo ni por qué, llegué a la Universidad para estudiar la carrera de
Geografía y en mi clase conocí a una persona con la que compartía la pasión por
escuchar al "genio de Úbeda" (cuyas letras son dignas de estudio, por cierto) y que me proporciono un disco de
“La Mandrágora”. En aquel disco me encontré, no solo a “mi ovejita lucera”
(lo que fue una sorpresa), sino todo un mundo nuevo de letras y música que me
han venido acompañando desde entonces. Música, ingenio de poeta y humor se
juntaba en ese disco, un estilo del que quizás Joaquín Sabina se ha ido
distanciando pero que uno de sus compañeros en esta joya, Javier Krahe,
continuó practicando hasta el fin de sus días. He escuchado cada canción de ese
disco hasta el punto de analizar cada letra, no me canso, y sobre todo de
aquellas compuestas por Javier Krahe donde ridiculiza la cotidianidad hasta el
punto de provocar verdaderas carcajadas ¿O acaso a nadie le ha preocupado nunca
el tamaño, tal y como expone krahe en el “burdo rumor”? ¿O no nos hemos sentido
los hombres como auténticos gilipollas como señala en esa versión de la canción
de Brassens que es “Marieta”?
Recuerdo que tras escuchar ese
disco tuve la necesidad de informarme sobre la discografía de tan espectacular
descubrimiento, y desde luego que no me decepcionó. La primera canción con la
que di fue “Cuervo ingenuo”, donde le decía al entonces presidente lo mentiroso
que era, lo cual le costó duras represalias (alguna vez deberíamos
cuestionarnos porque en determinadas situaciones los artistas, tan
comprometidos con mil causas, dan la espalda a quienes tienen el valor de cuestionar
a quien pone la pasta), tal y como cuenta en “Me internarán”.
Aun así lo que más me sorprendió
de Krahe fue su capacidad para ironizar sobre todo desde el maltrato a los
animales con “En la casa de fieras” hasta con su propio legado en “y todo es
vanidad” y para ello tan solo necesitaba una fiel cuadrilla de músicos y su
inseparable cazú.
Pero si sus letras podían ser
irónicas y cómicas a la vez que reflexivas, no lo eran menos sus comentarios.
En este sentido recuerdo el único concierto de Krahe en el que he estado. No me
hubiera importado ir a más, sobre todo si hubiera sido en aquellos cafés tan
especiales donde el humo de los cigarrillos y los vasos con hielos aportaban un
plus al ambiente, pero siempre pensé que podría volver a verlo, una pena. Este
concierto tuvo lugar en el Teatro Zorrilla de Valladolid, en un momento en el
que el 15M estaba en pleno auge con acampadas y asambleas bastante
multitudinarias. Allí Krahe personificándose en un ficticio presidente de
comunidad comentó como el portero de su bloque le ofreció un negocio en el
cual cambiarían los felpudos del edificio con gasto a la comunidad comprando en
una oferta de dos por uno y pasando a los vecinos la factura de los dos,
quedándose con la diferencia, así que durante 3 años estuvieron poniendo
felpudos, cuando se acabaron las casas los pusieron por el suelo y las paredes,
hasta que ya la gente empezó a sospechar lo que durante mucho tiempo era
evidente… nunca se me olvidará como cerró esa historieta en lo que fue una
crítica al 15M “tardaron en darse cuenta, pero por lo menos al final
protestaron”, para rematar comenzó a cantar, o mejor dicho a recitar, “Ay
democracia” (donde critica el sistema en el que vivimos versionando “Me gustas
cuando callas” de Pablo Neruda, una licencia que solo le puede ser permitida a
gente como Javier Krahe).
Historias sobre Krahe y sus
canciones se podían comentar muchas puesto que tiene una amplia discografía en
la que recoge temas para todos los momentos: “Si lo llego a saber” para cuando
te deja una novia, “Eros y civilización” para cuando cometes el error de liarte
con una ex o “hoy por hoy” para esos días de melancolía en los que, por pura
flagelación, necesitas entristecerte más.
Javier Krahe murió hace unos
días, pero nos ha dejado un montón de canciones que, por lo menos a mí, me
harán recordarlo hasta que la salud me lo permita.
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