En la mayor parte de los pueblos
de la zona donde vivo el Otoño es una estación triste, es una estación dónde
las calles pierden esa vida y ese dinamismo que floreció con la primavera
tardía y llegó a su culmen en el verano. El mío, a pesar de ser más grande y el
corazón de la comarca, no es una excepción. Se podría, quizás, acuñar aquella
frase que se ha hecho famosa con Juego de Tronos de “Winter is coming”.
Lo cierto es que, aunque siempre
ha sido así, cuando yo era pequeño esto no era tan acusado. Siempre ha habido
gente que volvía de la ciudad al pueblo, pero también es cierto que antes había
más vida y en Tordesillas apenas se notaba ese cambio.
Las calles se callan, se genera
el silencio, no hay "terraceo", no hay bullicio, los niños cambian las largas
tardes de paseo por las consolas y las señoras mayores ya no salen "al fresco".
Reconozco que encuentro algo encantador
este estado temporal. Para mí es el momento del placer de la manta en casa y el
libro de lectura, de ver los partidos de futbol con los amigos buscando el
calor de un bar, de las huídas a ver a mis amigos de la ciudad para volver valorando más la tranquilidad, de los paseos el fin de semana aprovechando los cuatro rayos
de sol… Pero lo cierto es que, en general, me entristece. Me entristece porque
he visto Otoños dónde no todo se apagaba, dónde había más vida y me da la
sensación, escuchando a la gente, de que nos hemos resignado, que es ley de
vida lo que está ocurriendo, cuando, en realidad, no nos damos cuenta de que
esa resignación es la condena.
Por mi parte trataré de disfrutar
con mi gente, no quiero luchar contra esa resignación y tampoco quiero
convencer a nadie de nada. Quizás yo también estoy resignado o sencillamente ya
no es mi motivación intentar cambiar nada, al fin y al cabo este largo Otoño
es pasajero aunque cada vez haya menos gente.
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