Hay un interés especial en
vincular a la corrupción con el comportamiento individual de las personas, y
siendo esto un factor importante no es el factor clave, no se puede obviar el
entramado administrativo que se realizó en la Transición así como el modelo
económico adoptado en las últimas dos décadas.
Con el paso del tiempo ya es hora
de empezar a reconocer que La Transición no fue el ejemplo de perfección que se
nos ha querido vender, si bien es cierto que podemos dar gracias de que se
realizara. Quizás uno de los muchos problemas que se empiezan a poner de
relieve fue el hecho de tener que aprovechar las estructuras franquistas, que
tuvieron que adaptarse a la democracia pero conservando muchos de los vicios que
existían dentro, como era el clientelismo entre funcionarios, administradores y
empresarios. Algo a lo que, probablemente intencionadamente, no se puso fin,
puede ser porque habría que haber tocado a gente muy poderosa, o sencillamente porque era esa misma gente poderosa la que estaba dirigiendo el proceso ya que la sociedad española, después de 30 años de miedo y terror, no estaba para realizar política. A esto hay que
unir una cierta opacidad en las administraciones y una imposibilidad del
ciudadano de controlar a sus representantes más allá de votar cada cuatro años,
y por supuesto la gran asignatura pendiente de la descentralización del Estado
como es la financiación de los municipios que actualmente prácticamente dependen de multas,
tasas y el endeudamiento.
Por otra parte hay que señalar el
ladrillazo como otra de las patas sobre la que se sustenta la corrupción. Estas
grandes empresas al final siempre dependen de la concesión de las obras por
parte de los gestores municipales, autonómicos o estatales. En el caso de los
primeros muchas veces ante la falta de financiación se vieron lanzados al
dinero que venían de las licencias, pero en ese contexto unido a la opacidad y
la falta de control ciudadano se pueden dar fácilmente los casos de corrupción, sobre todo cuando los mismos partidos políticos se prolongan en las instituciones, porque al final el individuo electo es un hombre que depende de un organización que necesita financiarse y pueden hacerlo a cambio de ciertos favores cuando alcancen el poder.
Por lo tanto, no caigamos en el error de decir que esto es un problema de sinvergüenzas cuando lo cierto es que hemos construido un sistema sobre los cimientos de la corrupción.
Por lo tanto, no caigamos en el error de decir que esto es un problema de sinvergüenzas cuando lo cierto es que hemos construido un sistema sobre los cimientos de la corrupción.
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